LA PALABRA ESCRITA
El arte en el caso de María Romero es un instrumento para escuchar su voz interior. A través del pausado proceso de elaboración de sus imágenes fotográficas crea metáforas y símbolos con los que convivir, y así poder identificar sus emociones y nostalgias.
En una casa propia resuenan los caligramas de Guillame Apollinaire. Las palabras necesitan tomar la forma de los objetos sobre los que se dibujan, la tipografía es la piel con la que se recubren las emociones. La caligrafía trasfiere las vivencias del diario íntimo apropiándose de las superficies, animando los objetos inertes. Parece no querer dejar ningún vacío, ningún agujero negro, ningún espacio por significar. La casa que habitamos la hacemos nuestra cuando nos apropiamos simbólicamente de los espacios y de todos los rincones en los que pueden habitar las sombras.
En Memorias en blanco y negro el texto escribe los recuerdos tomando la forma de un pentagrama, luego se adhieren con la caligrafía al piano, y con la fotografía de esa escultura, de esa pequeña intervención en el espacio, quiere atrapar la música de su infancia.
Hay una suerte de poemas visuales en estas imágenes. El verbo toma forma y los sentimientos encuentran un espacio en el que habitar. Quiere todo su mundo en orden y alejar el caos.
Crea un universo en el que la levedad de los objetos se ancle con el peso de la tinta. Existe la necesidad de imaginar lo que se expresa con palabras dándoles fisicidad. Un mundo blanco, donde las tensiones están escondidas, disfrazadas, vendadas con cintas de palabras azules, contenidas.
Observando sus imágenes se desprende la necesidad que tiene la artista de pasar las ideas formuladas como magma en su interior, a palabras concretas mediante el gesto de la escritura, para ordenar la cabeza y los desconciertos, construyendo finalmente la imagen como un ejercicio chamánico y sanador. María está creando un universo que susurra. Mas a veces, el leve soplo que se cuela por los intersticios de la materia, porque la memoria es frágil y algunos recuerdos negros, y la vida nos va hiriendo, nos hiela por dentro. Curar las heridas es señalar las cicatrices, porque solo si hemos vivido tenemos cicatrices marcadas, en la dermis o en el alma de los objetos que hemos amado. Aun recubiertas de palabras sabemos que las suturas están por debajo.
Carmen Dalmau