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Metrología cotidiana

 

«Apofenia» es el término que se utiliza para nombrar el fenómeno de percibir patrones donde no los hay. Podría detenerme aquí, en la parte más descriptiva y lógica de la cuestión o bien abrazar el lado más poético del mundo y llevarlo al extremo.

A veces crece en mí la idea de que las cosas están conectadas de una manera invisible, casi secreta y que mi meta es descubrir esas conexiones poniéndolas en evidencia, catalogando similitudes y coincidencias como intentó Kammerer con su extravagante ley de la serialidad. En esos momentos, mi propósito no es otro que el de estar atenta para conectar la realidad. Intento establecer paralelismos entre conceptos o sucesos para enlazar la tercera persona con la primera, acortando la distancia entre lo etéreo y lo palpable, acoplando lo verídico con lo ficticio. Si presto atención, esporádicamente descubro un hilo conductor que permanecía oculto y por fin el acertijo queda resuelto: todo encaja. Había sido así desde el principio.

Analizando esta labor autoimpuesta de ensamblaje, descubrí que la palabra juega un papel primordial en el asunto. La palabra nos conecta, une el pasado con el presente y el presente que será pasado con el futuro. Es la herramienta que otorga conocimiento. Generosa y perdurable. Creo firmemente que de algún modo escribir es medir el mundo con palabras.

Entonces, ¿por qué no hacerlas tangibles y trascenderlas más allá de los signos? ¿Darles un peso, unas dimensiones y en definitiva dotarlas de fisicidad? O mejor aún ¿por qué no ir más lejos y crear un sistema de medición en el que la palabra escrita sea la unidad con la que medir la realidad?

Así desarrollé un sistema de unidades en el que el número de letras que componen un vocablo es lo que se usará para determinar la longitud de los objetos y relacionarlos entre sí de aquí en adelante. Para estandarizar el sistema hay que designar las palabras concretas de medida y asignarles una dimensiones específicas.

En un intento de aunar el sistema de numeración de base 10 tan vigente en nuestra sociedad y el de base 12 (el número 12 está ligado a la medición del tiempo, por ejemplo la luna da 12 vueltas alrededor de la tierra en un año, los meses, el reloj o un pie, que equivale a 12 pulgadas), resuelvo que la nueva unidad de medida es una palabra de 10 letras que mida 12 cm.

Contar en nuestro idioma es computar, pero también es narrar. La polisemia del verbo me hizo pensar en los números, que al fin y al cabo son números y letras articuladas a la vez, por ello, para la selección de las palabras de medición, decido acudir a los nombres de los números cardinales y los escojo en función de su cantidad de grafemas, estableciendo un nuevo orden: Diecisiete (10 letras), dieciséis (9), cuarenta (8), catorce (7), cuatro (6), cinco (5), tres (4), dos (3), un (2) y  como medida más pequeña, ante la imposibilidad de elegir un número con una letra, recurro a la «o» por recordar al 0.

«Metrología cotidiana» es una serie de 42 fotografías de 37’5 x 25 cm, el tamaño exacto para mostrar las dimensiones reales de los objetos. Se reproduce en Hanemühle 100% de algodón, por su similitud con el papel fotografiado.

En las dos primeras imágenes presento el prototipo del sistema de medición por palabras junto con el canon que representa un cuadrado perfecto de 10 x 10 grafemas, las 40 fotos restantes son un catálogo de insignificantes objetos «blancos como el papel en blanco”. Elementos sin historia, anodinos, inmaculados y despersonalizados, agrupados de 4 en 4 según su magnitud, poniendo al fin en evidencia vínculos ocultos a primera vista.

2022